LAS BIBLIOTECAS DE LOS AUTORES (I) | Literatura

Gamoneda, el entomólogo de las palabras

  • Mallarmé, Faulkner, Kafka, Hikmet o Rimbaud comparten protagonismo en el 'tremendo barullo' en que se ha convertido la la biblioteca de Gamoneda, desde que recibió el Premio Cervantes.

César Combarros/ ICAL

En la falda de la Catedral de León, a escasos metros de la joya gótica, se levanta serena la casa donde Antonio Gamoneda, sus versos y sus pensamientos han reposado las últimas tres décadas.

Escoltada por un castaño de indias y por un lauroceraso que, para su disgusto, han podado drásticamente, la vivienda se oculta tras una pequeña tapia que protege de miradas ajenas el refugio del poeta, un remanso de tranquilidad que el autor del 'Libro del frío' sólo ve roto durante los días de Semana Santa, cuando "pasan por la calle cada día unas 300 procesiones". Sin embargo, a grandes males, pequeños remedios: "Esos días, con apagar el aparato del oído, todo arreglado", sonríe.

El camino para acceder a su escritorio es angosto. Las estanterías repletas de libros han comido espacio a los pasillos que conducen a su lugar de creación. Antes de arribar, numerosos cuadros pintados por amigos acompañan al visitante durante el recorrido.

Abajo, en el gran recibidor, aparecen los dos lienzos que más le han interesado en su vida. Uno, de gran formato, realizado por el leonés Alejandro Vargas ("era uno de los grandes pintores informalistas españoles, y pintó esta obra en París hace medio siglo", explica); el otro, un paisaje creado por "un pintor suicida, el hombre que más me ha influido", confiesa en alusión al neoyorquino afincado en León Jorge Pedrero, un artista que "no se permitió ser lo magnífico pintor que apuntaba".

Antonio Gamoneda En las paredes se suceden un lienzo del berciano José Carralero, una serigrafía de Juan Barjola, una pieza de Tàpies o un grabado de Juan Carlos Mestre, obras intensas, muchas de ellas dedicadas, que conducen al escritorio de Gamoneda, un reducto donde el maestro reposa, rodeado de una inabarcable librería.

"Tras cinco años viajando de forma constante, este año he decidido cortar de raíz. En este periodo calculo que habré recibido unos 2.000 libros, a los que hay que sumar los que he comprado, y la mayor parte de ésos está todavía en cajas. Por ello, mi biblioteca es inédita para mí en un 25 por ciento, y creo que la vida no me dará tiempo para seguir trabajando en mis cosas y poder leer todos", augura.

Irreparable nostalgia

En muchas ocasiones el poeta ha explicado cómo aprendió a leer, con apenas cinco años, entre las páginas de 'Otra más alta vida', el único poemario que publicó su padre. "Mi padre murió antes de que yo cumpliese un año. Vivíamos en Oviedo, y después de que le diagnosticaran asma, mi madre decidió que nos trasladáramos a León en 1934. Su idea era regresar a Asturias más adelante, pero primero la revolución de octubre de los mineros y después el estallido de la guerra civil, nos retuvieron en León.

Cuando nos trasladamos, ella sólo trajo un libro, 'Otra más alta vida', y toda la biblioteca de mi padre se quedó en el piso de Oviedo. Cuando retornó allí tras la guerra, la casa estaba totalmente desmantelada y ya no había ninguna biblioteca. Eso me produce una nostalgia muy grande de esa biblioteca desconocida por mí, donde me consta que había libros dedicados por los autores más importantes del momento, desde Rubén Darío hasta Valle-Inclán", relata.

Un inesperado encuentro algún tiempo después, cuando él contaba con 15 o 16 años, con un primo al que hasta entonces no conocía, despertó los recelos del escritor. "Me devolvió un ejemplar de 'El nuevo romanticismo', un libro de José Díaz Fernández que podía ser considerado comprometedor en aquellos años. Esa situación, hoy día, me hace sospechar que la biblioteca de mi padre quizá desapareció en manos familiares", lamenta.

Como un metrónomo, la memoria de Gamoneda rescata los primeros libros que cayeron en sus manos, desde el ejemplar escrito por su padre, que atesora en un chifonier al lado del escritorio junto a otra copia que un amigo rescató de una librería de viejo, hasta el ejemplar de las 'Rimas y leyendas' de Bécquer que le regaló una profesora vecina suya cuando tenía diez años y residía en el número 4 de la actual Avenida del Doctor Fleming, o el primer libro que compró: la 'Segunda antolojía poética' de Juan Ramón Jiménez.

"Tenía unos trece años y se lo pedí a un librero que me preguntó para qué quería un libro de un autor de la anti España. Me recomendó a un moralista húngaro pero salí de allí y entré en otra librería de un fraile agustino al que habían expulsado de la orden, Eduardo Pastrana. Él me entregó el libro y me pidió que le leyera algún poema. Aquella fue la primera vez que me escuché a mí mismo leer poesía. Cuando terminé la lectura me regaló el libro", evoca.

Filias lectoras

Antonio Gamoneda En su adolescencia y paso a la madurez, el poeta estuvo acompañado por inesperados compañeros de viaje que aún hoy le alumbran el camino. Mallarmé, Trakl, Kafka, Rilke, Faulkner o Rimbaud fueron algunos descubrimientos que le esperaban en un cajón oculto que un librero de confianza se ocupó de hacerle llegar en sus versiones originales. "A finales de los años 40 y en los 50 y 60 era muy difícil encontrar libros de autores extranjeros o españoles que no fueran del agrado del régimen. Supieras o no, había que aprender a leerlos en su lengua materna, y yo en esos años leí mucho en francés y en inglés pese a desconocer ambos idiomas.

Esas lecturas presentaban grandes dificultades y al mismo tiempo te exigían un esfuerzo y una atención suplementaria que te permitían establecer una relación muy intensa con esos libros", desgrana. "Con esfuerzo me iba habituando a la lectura en otros idiomas. Luego he tratado de olvidar lo poco que sabía del inglés y el francés y lo he conseguido. Quiero estar a solas con mi lengua para mi propio trabajo creativo; no quiero otra lengua que interfiera en mi pensamiento", argumenta.

Al lado de su silla, un manoseado ejemplar de las 'Poésies' de Mallarmé, en edición de Gallimard en 1992, da buena fe de sus filias lectoras. "Tengo muchos libros de cabecera. Tantos que no cabrían en la cabecera", sonríe cómplice. Entre todos ellos, cita 'La celestina' como el libro postmoderno español que más le impresiona. "Todos los años trato de leerlo al menos una vez. Es un libro donde se da la confusión de géneros. ¿Es una novela?, ¿es una obra de teatro representable? En mis relecturas he descubierto largas series de métrica oculta, y siempre te permite hallar cosas nuevas".

Al lado de una pluma Waterman, los ordenadores portátiles se agolpan en su escritorio. "Hay cuatro aquí y otro camino del desván, pero tengo un problema serio con ellos porque cada vez son más complejos y no los entiendo", lamenta mientras explica que por el momento no se ha acercado al libro electrónico: "Es él quien se ha acercado a mí. Me han regalado una tableta que todavía no he estrenado, y en breve saldrá una de mis obras en ese formato, pero me costará trabajo acostumbrarme", explica el autor de 'Sublevación inmóvil'. "No me considero bibliófilo, pero sí tengo una relación sensitiva con los libros. Me gusta el olor de la tinta fresca, el tacto del papel, sentir las páginas…", concluye.

Vestigios de vida

En la pared de su derecha, dos retratos de sus padres, Amelia y Antonio, le contemplan. A su espalda, por delante de un sinfín de libros colocados escrupulosamente en la estantería, queda el trofeo que corroboró la concesión del Premio Cervantes 2006. A su izquierda, junto a la luminosa ventana, un grabado de su amigo el malogrado artista y poeta iraquí Faik Husein. Y frente a él, en la súper poblada librería, una pequeña imagen de su querida Emily Dickinson aparece flanqueada por un escorpión y una gigantesca libélula disecadas, dos de los muchos insectos y animales que aparecen escrutando sus estanterías.

"Es que tengo nostalgia de la naturaleza", confiesa antes de añadir con resignación: "En el patio tengo un par de arbolillos, algo es algo". "Yo, que no soy coleccionista de nada, de vez en cuando me compro un insecto o unos minerales. Es pasión por los vestigios de la naturaleza, una forma de rodear de residuos de vida a los libros", señala mientras muestra con orgullo infantil una pequeña víbora que comparte expositor con dos alacranes, uno negro y otro blanco.

Junto a los libros, protagonistas inevitables, Gamoneda dispone de una amplia colección de discos y películas. "Tengo muchísimos. De los discos he oído algunos, de las películas me parece que no he visto ninguna", bromea. La música negra americana fue influencia decisiva en su vida principalmente en los años 50 y 60, época en la que escribió su inmortal 'Blues castellano', y de la cual conserva el amor por artistas como Mahalia Jackson, Charlie Parker, Louis Armstrong y, fundamentalmente, Billie Holiday.