Premio Nacional de Literatura 1994

Martín Garzo, Gustavo

Estudió varios años en un colegio de jesuitas, donde se familiarizó con navidades y belenes, que prefigurarían su novela más ambiciosa: El lenguaje de las fuentes.

Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948). Su infancia transcurrió en el pueblo castellano de Villabrágima, en plena Tierra de Campos, la zona más árida de Castilla, que aparecerá luego en novelas como El pequeño heredero o La soñadora. Nacido en el seno de una familia católica, Martín Garzo estudió varios años en un colegio de jesuitas, el San José, donde se familiarizó con navidades y belenes, que prefigurarán su novela más ambiciosa: El lenguaje de las fuentes.

Curiosamente (porque en esto coincide con otros escritores), es la novela El capitán Tormenta, de Emilio Salgari, la que le revela el poder de seducción de las palabras. Abandona los estudios de Ingeniería y se licencia en Psicología. Robándole horas al sueño empieza a escribir en 1974 de forma regular y diaria; pero no será hasta algunos años después cuando empiecen a caer del árbol los primeros frutos maduros.

A mediados de los ochenta, sale Luz no usada (1986), su primera novela que ya reunía todos los ingredientes que luego irían armando su universo narrativo, y cinco años después, en edición limitada a suscriptores, Una tienda junto al agua (1991), donde aparece la bíblica relación entre el viejo rey David y la joven sunamita Abisag trasladada a nuestros días. Entre 1987 y 1990, codirigió la revista literaria Un ángel más, clausurada en su esplendor. Luego obtuvo el Premio Caja España con su libro de cuentos El amigo de las mujeres (1992), donde bullen embrionarios algunos personajes y situaciones que tomarán cuerpo en las novelas posteriores.

Esther Tusquets es la primera editora importante que cree en su obra y le hace un hueco en el catálogo de Lumen. El lenguaje de las fuentes (1994, Premio Nacional de Literatura) recrea la figura bíblica de José el carpintero en un texto singular y hermoso como pocos; Marea oculta (1994, Premio Miguel Delibes) da testimonio de un fracaso amoroso; La princesa manca (1995) navega en la estela generosa de Andersen; El pequeño heredero (1997) es una evocación del microcosmos de la infancia en Villabrágima. Las historias de Marta y Fernando (1999, Premio Nadal) supone una inflexión en un mundo novelesco poseído por la fantasía mítica y supone también la apuesta por la profesionalización literaria. A partir de ese momento, los títulos se suceden a un ritmo constante e imparable: la iniciática El valle de las gigantas (2000), La soñadora (2002), relato evocativo que trata de recuperar el paraíso perdido... Así hasta llegar a Mi querida Eva (2006), crónica sentimental de un reencuentro.

Hay que destacar la veta de su producción dedicada al público infantil y juvenil, con historias abordadas con una exquisita sensibilidad como Miga de pan (2000) o Tres cuentos de hadas (2003), que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenily en 2008 le concedieron el Premio Castilla y León de las letras

En toda la obra de Gustavo Martín Garzo, los escenarios domésticos de la memoria trascienden el dibujo de lo inmediato para convertir episodios bíblicos, fantasías infantiles o consabidas leyendas tradicionales en escorzos animados por la fascinación del asombro.

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NARRATIVA

  • Luz no usada (1986). Junta de Castilla y León. (2002). Nuevas Ediciones de Bolsillo.
  • Una tienda junto al agua (1991). Los Infolios. (1999). Ave del Paraíso Ediciones.
  • El amigo de las mujeres (1992). Caja España. Libro de relatos.
  • Marea oculta (1994). Lumen.
  • El lenguaje de las fuentes (1994). Lumen. (2003). Cátedra.
  • La princesa manca (1995). Ave del Paraíso Ediciones.
  • La vida nueva (1996). Lumen.
  • Ideas extrañas (1997). Ave del Paraíso Ediciones.
  • Elogio del entusiasta (1997). Editorial Límite.
  • Ña y Bel (1997). Ave del Paraíso.
  • Animales impuros (1998). Gustavo Martín Garzo, Francisco Calvo Serraller y José-Miguel Ullán. Ave del Paraíso Ediciones.
  • El relato inaudible (1998). Ediciones del Orto.
  • El pozo del alma (1995, 2001). Anaya.
  • El pequeño heredero (1997). Lumen.
  • Las historias de Marta y Fernando (1999). Destino.
  • El valle de las gigantas (2000). Destino.
  • Una miga de pan (2000). Siruela. Novela para niños.
  • La casa del lector (2001). Centro de Profesores y Recursos de Cuenca.
  • La soñadora (2002). Plaza & Janés.
  • Tres cuentos de hadas (2003). Siruela. Narrativa infantil. Ilustrado por Jesús Gabán.
  • Pequeño manual de las madres del mundo (2003). R que R.
  • Los amores imprudentes (2004). Lumen.
  • Dulcinea y el caballero dormido (2005). Edelvives. Narrativa infantil. Ilustrado por Pablo Auladell.
  • Mi querida Eva (2006). Lumen.
  • La calle del paraíso (2006). Lumen.
  • El jardín dorado (2008). Lumen.
  • Los niños del aire (2008). Ediciones SM. Narrativa infantil.
  • Los viajes de la cigüeña (2008). Imagine Press Ediciones.
  • La carta cerrada (2009). Lumen.
  • TOdas las madres del mundo (2010). Lumen.

POESÍA

  • Los cuadernos del naturalista (1997). Alianza Editorial. Libro de poemas en prosa.

OTROS

  • El hilo azul (2001). Aguilar. Artículos.
  • El libro de los encargos (2003). Plaza & Janés. Miscelánea.
  • La calle del paraíso (2006). El pasaje de las letras. Libro de recuerdos sobre su ciudad natal.
  • El cuarto de al lado (2007) Lumen. Cuadernos de apuntes personales.
  • Sesión continua (2008). El Pasaje de las Letras. Textos sobre cine.

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Las ropas de José revelaban su pobreza. Una túnica que se le caía a pedazos, atada con un cinturón de lino, y una gorra de fieltro descolorido similar a la de los griegos. Era muy anciano, y sus manos se habían vuelto pesadas y torpes para trabajar la madera. Apenas ganaba para vivir, pero tampoco necesitaba mucho. La comida era barata y cualquier cosa le satisfacía: encurtidos dulces, frijoles, pan de trigo y membrillo en conserva. Se había dejado crecer la barba pero, a pesar de sus maneras hurañas, la expresión de sus ojos seguía siendo melancólica y dulce, como si estuvieran cuajados de recuerdos.

Vivía en las afueras de Nazaret. No en la misma casa que había ocupado durante años, en compañía de María y Jesús. Vendió esa casa, y se desplazó a otra más humilde, situada en la ladera de la colina caliza. Su techo era de ramas de palmera cubiertas de caña y marga, y el yeso que revocaba las paredes se había ennegrecido con el humo.

La fuente estaba en lo alto de la colina, y José subía cada día a por agua. Llegaba cansado y solía sentarse junto a ella. Al norte, en la distancia, se veían las casas blancas y los templos de Séforis, y más atrás los picos nevados del monte Hermón. Vacas rojas y negras pastaban en la gran llanura, y a la luz cada vez más débil del sol poniente todo parecía más claro y hermoso.

No era infrecuente que la noche le sorprendiera en aquel lugar. Levantaba los ojos y contemplaba el cielo cuajado de estrellas. ¿Qué hubo allí, en lo alto, antes de la creación del mundo; quién era él; por qué habría sobrevivido a los que amó? Pensó en su pueblo, en ese destino terreno que siempre se le había negado. Este pueblo no tenía nada que ver con los sacerdotes o los escribas, los que guardaban o interpretaban la Ley, sino con aquellos a los que Moisés había conducido por el desierto y para los que el Éxodo no terminaría nunca (y vio en la arena infinita a todos sus muertos, y a Puah entre ellos sentada en un asno). ¡Qué grande era el mundo! ¡Qué interminables los caminos! Se habían formado gotas de rocío. Miríadas de grillos chirriaban su canto, que tenía que ver con Puah. Como si la estuvieran llamando desde cada hierba, desde cada piedrecita que había en el suelo. ¿Por qué se acordaba ahora de Puah? La había conocido junto a una fuente como aquélla, cogiendo agua. Él se había inclinado con el jarro, y a Puah se le escapó la risa. «Te has reído como Sara», le dijo José. Y aquella misma noche se acercó a su poblado y le entregó la cadenilla de oro con el colgante del sol.

En su pensamiento volvieron a sucederse los hechos remotos. El movimiento compulsivo del robo, aprovechando el sueño de María. El viento empujando las lonas, y el silbido de las llamas mientras Puah recibía el inesperado regalo y se volvía a reír al probárselo. Era incapaz de imaginar el Paraíso sin la presencia de aquella muchacha, cuyos ojos brillaban con la intensidad de los de los bandidos árabes. Ni siquiera podía concebir un mundo en que una sonrisa como aquélla no tuviera cabida.

El lenguaje de las fuentes.