Premio Nacional de Literatura Infantil 1998

Pascual Martín, Emilio

Especialista en literatura infantil es editor, poeta, narrador, traductor y crítico.

Emilio Pascual Martín (Tejares, Segovia, 1948). Licenciado en Filología Hispánica, este gran apasionado y estudioso de El Quijote y Cervantes y especialista en literatura infantil es editor, poeta, narrador, traductor y crítico.

Vinculado desde 1973 al mundo de la edición, comenzó a trabajar primeramente en Ediciones Paulinas y a partir de 1980 en la Editorial Anaya, donde ha desarrollado buena parte de su carrera editorial, en las áreas de literatura infantil y de textos clásicos (en el sello Cátedra). Ocupó el cargo de Director de Publicaciones Infantiles y Juveniles; más tarde pasó a desempeñar la dirección de la editorial Cátedra.

En 1998 le fue concedido el Premio Lazarillo de Literatura Juvenil, por Días de Reyes Magos, obra con la que, así mismo, obtuvo un año más tarde el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil. En ella se narra una historia sobre la etapa crítica en la vida de un adolescente de 16 años, quien hallará, a partir de su azaroso encuentro con los libros (Diario de Adán y Eva, Los novios, El viejo y el mar, Las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, Los Tigres de Mompracem, La peste, El Conde de Montecristo, Hamlet, Marianela, La isla del tesoro y otros muchos) el camino para superar esa difícil encrucijada vital en la que se encontraba.

Con El fantasma anidó bajo el alero (2003), obra salpicada de referencias literarias y juegos verbales, el autor consiguió realizar un hermoso elogio a la literatura oral en los turbulentos tiempos de la Guerra Civil. Estructurada en diecisiete capítulos, Apócrifos del Libro está integrada por una serie de ficciones que, inspiradas en episodios o pasajes muy conocidos de la Biblia (pecado original, resurrección de Lázaro, la torre de Babel, etc.), recrean éstos a modo de glosa moderna, aportando originales variaciones o “perversiones” de los textos primarios.

La heterogeneidad formal que el autor utiliza en esas personales relecturas proporciona un tono polifónico al conjunto de la obra. Además de haber dejado cuentos y relatos dispersos (Las trompetas de Jericó, La Virgen tuerta, etc.), también ha realizado estudios y anotaciones de autores como Antoine de Saint-Exupéry, Perrault, Quiroga, Cervantes, Defoe, entre otros.

Ha traducido obras de Emilio Salgari y Alejandro Dumas, o el Filobiblión, de Ricardo de Bury, y publicado artículos en revistas especializadas, entre los que se pueden citar “Litterae, libros, biblia, bibliotecas...” (1994), “Los mundos imaginarios de Cervantes” (1997), y “La revisión de traducciones literarias” (1998).

$$$

OBRAS INFANTILES Y JUVENILES

  • Aventura en el gris (1990). Ediciones Libertarias-Prodhufi.
  • Historia de José y sus hermanos (1991). Anaya.
  • Guía junior de EXPO”92 (1992). Anaya.
  • Días de Reyes Magos (1999). Anaya.
  • Campomanes y yo (2002). MEC.
  • El fantasma anidó bajo el alero (2003). Anaya.
  • Trío de color (2005). Ediciones San Pablo.

NARRATIVA

  • El purgatorio de Don Oficinio (1977). Edival Ediciones.
  • Las trompetas de Jericó (1992).
  • La virgen tuerta (1999).
  • Apócrifos del Libro (2004). Alianza Editorial.

OTRAS OBRAS

  • La novela de aventuras o Volver tras un largo viaje (1999). Sociedad Menéndez Pelayo.
  • Libro de las bibliotecas imaginarias (En prensa)
$$$

La huida

A los ocho años supe que los Reyes Magos no existían. Me quedé un poco perplejo y desamparado. No fue agradable, porque entonces comprendí que el Árbol del Conocimiento
es fuente de toda inquietud y pesadumbre. Con la ausencia de los Reyes Magos fueron desvaneciéndose otras cosas: por ejemplo, ciertos compases, suaves como una caricia, que alguna vez me arroparon en la cuna y que un día mi padre dejó definitivamente de silbar. Al tiempo, pareció aumentar el desconcierto de mi casa: mi madre gritaba cada vez más y a mi padre se le veía cada vez menos. Hacia los once años recibí la última bofetada de mi madre. Mi padre le dirigió un reproche que yo agradecí:
—¡Deja al chico, coño, que bastantes le dará la vida sin que tengas que echarle tú
una mano!
Entre los doce y los quince, la casa derivó hacia un escenario de tragicomedia. Mi
padre solía volver alegre a casa: un poco achispado, diría yo; mi madre decía simplemente
borracho. Ahora sé que exageraba.
Entraba mi padre canturreando alguna melodía indescifrable: mi madre le solfeaba:
—¡Qué! ¿Ya te has cansado de gandulear por ahí todo el día? ¡No, si hasta de pindonguear
se cansa! ¡Vago, más que vago! ¡Y encima borracho, como siempre!
—¡Oh dolor! —recitaba mi padre con amplios aspavientos teatrales—. ¡Hubiera
preferido ser ciego como Demódoco y que las musas me resarcieran con el dulce canto,
antes que sufrir a esta Jantipa en castigo de mi clarividencia!
Atacaba mi madre por el flanco alimenticio:
—¡De cenar te acuerdas más que de traer con qué!
Mi padre abría los brazos y respondía mesiánicamente:
—Mi comida es hacer la voluntad del Padre celestial. Si los pájaros se alimentan de
cañamones —añadía sacando un cucurucho del bolsillo—, ¿no te bastan a ti estas
avellanas?
Embestía mi madre por el ala del orgullo varonil:
—¡Calzonazos, que eres un calzonazos! ¡Mucho pico, y eres incapaz de encontrar un
trabajo decente! ¡Qué digo decente! ¡Ni indecente siquiera, porque no das golpe!
Y mi padre, con un escénico mutis de los de aplauso, concluía resignadamente:
—La vida me has de costar,
hermosísima villana.
Y así día tras día, años tras año.
El día en que cumplí dieciséis decidí marcharme de casa.

Días de Reyes Magos.