La forma de trabajar no ha cambiado mucho desde el siglo XVIII. Sigue haciendo falta un horno a mucha temperatura y un maestro artesano capaz de insuflarle al vidrio parte de su alma creadora. ¿Quién diría que, esto que ven más parecido a la arenilla es lo que se convierte en cristal?
Hacen falta muchos años para dominar la técnica a estos niveles. Cuanto más masa de vidrio más difícil es dominarlo. Los alumnos del taller se dan cuenta enseguida de que no va a ser una tarea fácil.
Tienen el privilegio de aprender con los mejores artistas venidos de toda Europa. Esos que han dado el salto de artesanos a artistas, con obras expuestas en museos de todo el mundo.
Una vez que los sopladores rematan el trabajo los talladores afinan y decoran. Sorprende ver la de embestidas que aguanta algo tan supuestamente frágil como el cristal.
Lo que sí garantizan este tipo de talleres es la continuidad de un oficio que ya es parte de nuestro patrimonio cultural.