"¿Ha visto usted a un niño pequeño, así como perdido?" –, preguntaba mi desamparado abuelo.

Así la calificaron tantos: "Entrañable, imperecedera, maravillosa película sobre una época ya pasada, en la que la familia y los hijos eran el centro de la existencia. Con olor a Navidades y de las que no se olvidan."

Prometí la semana pasada que la próxima cinta que comentaría sería española. "La Gran Familia" lo es, entonces misión cumplida. Confieso que es un lujo "criticar" una película con mi abuelo y con mi madre en cartelera. Supongo que se imaginan lo que siento en este instante...

Los mejores críticos de la época se pronunciaron en su estreno, por lo que dejaré sus palabras ahí, como un tesoro colgado en la memoria del cine. Memoria de un cine español que era así de grande, vivero de muchos talentos. Masó, Salvia, un magistral Closas, la dulce Amparo Soler Leal, la generosa personalidad de José-Luis López Vázquez junto a tantos y tantos otros. Todos increíbles, importantes personalidades en el mundo del arte, exactos en sus papeles, sinceros y entrañables como lo son nuestros actores cuando sacan su genio al aire.

Mi comentario será pues desde un ángulo poco abordado: el de un nieto hacia su abuelo, que se despidió una noche de otoño con esa sonrisa que lo decía todo, y el de un hijo orgulloso y agradecido hacia su madre, que pobló su vida de esa luz que casi ciega.

La película fue rodada en los estudios Sevilla Films, al ladito de casa, donde ahora hay M30 y autovía. ¡Cuántas veces acompañé a mi madre mientras rodaba esas películas que nos marcaron el alma al fuego! Un lujo, os decía, sin temor a equivocarme...

Detrás de cada buena película hay primero un buen libreto. Fe de escritor, os lo juro. El guión de Masó, de Vich y de Salvia es de ellos. Una historia en apariencia sencilla pero que no lo es tanto a la hora de contarla. ¿Por qué? Porque para que pasen las generaciones sin que su emoción se altere, es que tiene ese algo tan maravilloso que a cualquiera le conmueve.

Cosas sencillas, quizás, cosas de todos. Valores familiares que en tantos hogares se critican ahora porque pasaron de moda; la solidaridad entre los miembros de una familia grande o chica, la generosidad y las rabietas, el cotidiano de aquellos tiempos.

Hoy es peor,  aunque la miseria es igual, con esa ácida amargura que no deja indiferente. Y el hambre, y la ansiedad por el trabajo que se pierde. Son males de siempre, males del hombre. Una película de esta clase nos alivia el alma porque su humanidad nos llega. Ese Chencho que se ha perdido es ese niño que duerme en el corazón de todos. Es algo nuestro, es español, es verdadero.

¡Qué deciros de mi abuelo, que tuvo dieciséis nietos, interpretando a otro abuelo en la pantalla con quince! Nuestro cotidiano era así, de vacaciones en su aldea de Tarazona que adoraba y adoramos. Jornadas maravillosas con un hombre cariñoso. Mi abuelito era un hombre bueno. Quería a su público con locura, que sois vosotros, porque su corazón fue tan grande que dentro cupimos todos.

Alguna lágrima se me escapó anoche mientras le veía de nuevo, lo confieso...